Médicos argentinos en misiones

La epidemia de la guerra

Por María Inés Aiuto

Para la Sociedad Argentina de Medicina Antropológica las guerras y sus consecuencias provocan más muertes que las peores epidemias de la historia y los desastres ecológicos actuales. Millones de personas son desplazadas por conflictos internos condenándolas a vivir en condiciones precarias y sin acceso a la salud. Organizaciones humanitarias como Médicos Sin Fronteras y Médicos del Mundo envían profesionales a estos países, la mayoría con marcadas diferencias culturales, donde los médicos se enfrentan al dilema de aceptar y respetar la diversidad cultural o poner límites ante prácticas como violaciones o mutilación de genitales femeninos. 

La epidemiología es una ciencia básica de la medicina preventiva y una fuente de información para la salud pública. Surgió del estudio de las epidemias de enfermedades infecciosas, pero ya en el siglo XX se extendió a los problemas de salud en general. Es parte de la ciencia biomédica y de las ciencias sociales, y se dedica a las enfermedades y su prevención, su distribución y control, en poblaciones humanas con mortalidad importante.

Según la Sociedad Argentina de Medicina Antropológica “es frecuente que se utilice el término epidemiología sin haberle incorporado una situación de muerte que sólo se produce en la especie humana, las guerras, que producen una mortandad muchas veces mayor que las más infelices epidemias que ha sufrido la humanidad”. Para la institución, las guerras y sus consecuencias representan un problema mayor que los desastres ecológicos actuales, por esta razón, desde noviembre de 2010 abordan el problema en sus sesiones periódicas.

La primera de estas jornadas se denominó “Argentinos solidarios en misiones por catástrofes y conflictos internacionales”. Uno de los expositores fue Lucas Molfino, médico epidemiólogo y miembro de la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) que detalló sus experiencias en las zonas de conflicto.

Su primera misión fue en 2006 en la República de Uganda, situada en el área centro-oriental de África. En el país existe una guerra interna de más de 30 años que provocó el desplazamiento forzado de 1,6 millones de ugandeses. El médico junto a dos enfermeras y una obstetra asistieron una zona rural con tres campamentos de desplazados habitados por 15.000 personas, muchas de las cuales nacieron y morirán allí.

Según un informe de 2009 del jefe de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, existen más de 50 millones de personas desplazadas en todo el mundo, de las cuales 26 millones fueron a causa de conflictos bélicos. Más de la mitad de los desplazados internos son niños y niñas que durante la huida pueden quedar separados de sus familias exponiéndolos aún más a la explotación y abuso de los adultos.

En este contexto, el proyecto en Uganda se basó en mejorar el acceso básico a la salud y a las medidas sanitarias para reducir la morbimortalidad por diarrea, tuberculosis y HIV. Mejorar las condiciones de higiene fue otro factor prioritario para prevenir casos de malaria o enfermedades respiratorias.

Molfino también señaló las dificultades que surgieron por las diferencias culturales y las historias de colonialismos en estos países que aún generan desconfianza hacia los médicos occidentales en misión: “No siempre las personas desean que las atiendan, pero creemos que es necesario estar allí, ayudar a prevenir enfermedades como el tétano, de acercarnos a la comunidad y dialogar, sobre todo con las matronas para prevenir los partos complicados y para concientizar sobre la necesidad de institucionalizarlo”.

Su segunda misión fue en 2007 en Monrovia, capital de la República de Liberia, en la costa oeste de África, un país que estuvo inmerso en dos guerras civiles recientes -1989 a 1996 y 1999 a 2003- que causaron más de 200 mil muertes y casi un millón de. Allí trabajó en el Hospital Benson con el objetivo de prevenir la mortalidad materno infantil.

“Este país está desvastado por la guerra. Allí la violencia sexual es usada como arma de guerra: de las 150 violaciones que atendíamos por mes, el 50% eran a niñas menores de 12 años. Además de darles asistencia para prevenir enfermedades sexuales, les brindábamos apoyo psicológico para contenerlas. Se sumaba que de los 500 partos por mes, un alto porcentaje de las mujeres tenían mutilaciones genitales. Es complejo, pero es una costumbre”, describió el médico con impotencia.

Si bien las organizaciones humanitarias respetan la diversidad cultural no son imparciales ante éste tipo de prácticas, por eso además de asistir a las víctimas denuncian las violaciones a los derechos humanos. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la mutilación genital femenina “comprende todos los procedimientos que, de forma intencional y por motivos no médicos, alteran o lesionan los órganos genitales femeninos”. En la mayoría de los casos se practican en la infancia, entre la lactancia y los 15 años. Pueden producir hemorragias graves y problemas urinarios, complicaciones en los partos y la muerte del recién nacido. Son más frecuentes en las regiones occidental, oriental y nororiental de África, en algunos países de Asia y del Oriente Medio y entre algunas poblaciones inmigrantes de Norteamérica y Europa. Se calcula que en el mundo hay entre 100 y 140 millones de mujeres y niñas que sufren las consecuencias de la mutilación genital por razones culturales, religiosas y sociales.

La ética profesional fue otro de los temas abordados en la jornada a cargo de Silvia Quadrelli, médica especialista en neumonología que posee una basta experiencia en trabajo humanitario internacional en países como Etiopía, Somalía, Mozambique, El Salvador, Yemen, Kosovo y Bolivia.

Actualmente, los principios clásicos de reconocidas organizaciones humanitarias son cuestionados. Estos son la neutralidad -la ayuda no se utilizará para favorecer una determinada opinión, política o religión- y la imparcialidad -la ayuda no está condicionada por la raza, el credo o la nacionalidad de los beneficiarios, el orden de prioridad se establece en función de las necesidades-. Pero actuar de manera neutral e imparcial ante la diversidad resulta complejo para los médicos en misiones cuando se enfrentan a situaciones de genocidios, violaciones y mutilación de órganos femeninos.

Con preguntas retóricas, Quadrelli expuso las dificultades: “Los médicos humanitarios, ¿podemos o debemos respetar las diferencias culturales? ¿Realmente pueden las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) humanitarias y los trabajadores ser imparciales ante actos como las violaciones? Hoy tenemos una comunidad internacional mas integrada, ¿cómo pueden respetarse al mismo tiempo integración y diversidad?, ¿es inevitable la cultura global?”.

Para la médica, hoy en día la diversidad cultural adquirió mayor visibilidad “porque la pobreza, el desempleo y la globalización obligan a migraciones masivas”. “Ante la diversidad cultural, uno es respetuoso, pero después empiezan los matices, por ejemplo, ante la mutilación de genitales femeninos en África que para la Declaración de los Derechos Humanos de occidente es una violación”, explicó Quadrelli. Pero también cuestionó la universalidad de esta resolución que considera el límite por el respeto a la diversidad cultural: ¿Es realmente aceptada por todos o sólo por un 30%? Los valores, fuera de los temas básicos como el incesto, no son universales”, aclaró la médica.

Como ejemplo describió el rol de la mujer en las distintas sociedades: mientras las mujeres de medio oriente consideran que todas las norteamericanas son prostitutas, las estadounidenses consideran que las de medio oriente son esclavas. “¿Qué sucede si los valores son interpretados de manera diferente? ¿Qué rol juega el derecho internacional? ¿Vamos a renunciar a esto en post de la diversidad cultural? ¿Es nuestra intención occidentalizar al mundo? Estos son algunos los dilemas en nuestro trabajo”, expresó Quadrelli.

A la hora de bajar estas disyuntivas al terreno laboral, Quadrelli explica que en primer lugar no hay que subestimar a los profesionales locales, por ejemplo en Bagdad poseen un alto nivel de formación: “¿Quién puede ganarle en experiencia a los iraquíes que vivieron tres guerras y que estudiaron en Inglaterra? Hay que reconocer que en algunos países ser trabajador humanitario -occidental- es sinónimo de tener poder, se nos acepta y reconoce por llevar una suma considerada de dinero, aunque muchas otras veces el cariño es genuino”.

Respecto al rol de la mujer en los ámbitos laborales, la médica relató que se requieren ciertos cuidados y tolerancia: “Yemen es un ejemplo extremo de cultura tradicional, muchas de las trabajadoras son locales y a igual que ellas hay que comportarse como una mujer discreta y adecuarse a tratar con familias poligámicas y con matrimonios arreglados con adolescentes”.

Para finalizar, Quadrelli recalcó que el trabajo humanitario requiere de proyectos basados en la comunidad, educar a los educadores y supervisarlos, evitar el colonialismo humanitario y promover el empoderamiento de la población local.

La crisis humanitaria en Haití fue otro de los temas expuestos, en este caso por Gonzalo Basile, especialista en salud pública y presidente de Médicos del Mundo Argentina (MDM). Esta organización estuvo presente en el país centroamericano tras el sismo de enero de 2010.

Basile aclaró que hoy en día la crisis humanitaria no sólo afecta Haití sino que se expande a nivel global: el 30% de la población se encuentra en situación de pobreza, 140 mil personas mueren por día por armas de fuego, casi dos millones de personas mueren de tuberculosis cada año y nueve millones desarrollan la enfermedad activa –los casos aumentan en países con altas tasas de HIV Sida como en el sur de África-, una sexta parte de la humanidad sufre de desnutrición, la mayor cifra conocida hasta hoy. Mientras tanto la globalización amplía cada vez más la brecha entre ricos y pobres, se mantiene el modelo neoliberal y los gobiernos permiten la especulación financiera con los precios de los alimentos, práctica que vulnera el derecho básico de alimentarse.

“La crisis financiera actual también nos habla de la crisis humanitaria: para el salvataje financiero, a los bancos principalmente, se invirtieron un billón de dólares. La Organización de Naciones Unidas (ONU) dijo que se necesitan entre 70 y 80 mil millones de dólares durante diez años para cumplir los objetivos del milenio, es decir, menos del 10% anual del salvataje. Entonces, queda claro que terminar con el hambre y la pobreza es una decisión política”, sentenció Basile.

Respecto a la situación en Haití, el presidente de MDM remarcó el desigual impacto de los terremotos de igual escala en Japón –donde murió una persona- y en Haití –donde murieron miles-: “La situación socio ambiental fue decisiva, y cuanto más exclusión social, mayor el impacto de emergencia. Haití tiene una larga historia de dictaduras e injerencias extranjeras, el 67% de sus pobladores son pobres, el 90% tiene trabajo informal, el 31% de las familias tienen más de siete miembros, más del 45% no tienen acceso a agua potable y un 60% no tiene acceso al tratamiento de residuos ni saneamiento básico. De hecho, la epidemia de cólera post terremoto no surgió en la zona afectada”.

En este contexto, el sismo dejó a más de un millón de personas sin hogar, causó más de 300 mil muertes, desplazó a más de 500 mil ciudadanos que hoy habitan en los más de 500 campamentos instalados, profundizándose las condiciones de vida precaria pre-existentes al desastre natural. Además, hoy en día la mortalidad infantil es de 70 a 80 por mil nacidos vivos, la mortalidad materna es de 630 por cada 100 mil nacidos vivos, la esperanza de vida es de 61,5, la mas baja de Latinoamérica, y se suman los casos de malaria, fiebre tifoidea, diarreas, VIH SIDA, tuberculosis y un 67,3% de desnutrición.

Para la organización MDM el derecho a la salud pública es uno de los principales objetivos que intentan concretar en Haití como también en el resto de los países donde trabajan: “Si nos preguntamos cuál es la respuesta a esta crisis humanitaria, social y epidemiológica, vemos que el 70% de la salud haitiana es privada y que menos del 0.8% del Producto Bruto Interno (PBI) se destina a la salud pública. Este problema hoy está tapado por la presencia de las ONGs que brindan acceso a la salud a todas las personas, ¿pero qué pasará cuando se vayan? Por esta razón, se podría decir que existe una privatización encubierta del sistema de salud a través de las ONGs que se encargan de pagar el servicio –los profesionales, los medicamentos, etc-, y terminamos impidiendo que la salud se convierta en un derecho universal”.

Basile completó su exposición reflexionando sobre la importancia del empoderamiento de la población local porque deben ser estas las que decidan sobre sus destinos: “No podrá haber una reconstrucción de Haití sin haitianos, ellos deben recuperar la capacidad de gobernarse”.

En el cierre de la jornada, su coordinador Adolfo Saadia, citó al premio Nobel de la paz James Orbinski, presidente del Consejo Internacional de MSF: “Ningún médico puede llegar a detener un genocidio. La acción humanitaria no puede detener la limpieza étnica ni puede conseguir la paz. Éstas son responsabilidades políticas y no imperativos humanitarios”.

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